miércoles, 9 de noviembre de 2011

Ginebra con coca


Apaga la luz con su espalda, sin querer, y la oscuridad inesperada los calienta todavía más.Por el vidriecito de la puerta entra una luz imprecisa, nebulosa y la música de la fiesta se escucha acartonada.

Se agarran de los brazos, de la espalda. Ella presiona y separa sus homóplatos con los dedos. Salta lento y cruza sus piernas alrededor de la cintura de él, que tambalea, se envuelve en la cortina y cae en la bañera. Ella encima de él, la nuca de él sobre los azulejos. Siente olor a lluvia y la sigue besando.

Se acomodan como pueden, las piernas trenzadas, las manos serpenteantes, decididas, y besos secos de alcohol en demasía. El novio de su hermana está totalmente duro, y a ella no le importa catapultarse, hundirse en ese pozo, se siente llevada por una crecida inapelable.

Levanta su remera, baja la mano por su abdomen, desprende el botón, acaricia apenas entre la piel y el boxer, siente su vello y tocan la puerta.

Silencio. Respiraciones irregulares.

Alguien baja el picaporte.

Vuelve a subir.

Nadie abre la puerta.

A veces la literatura es así, nada pasa. En la bañera él se toca la cabeza y mira su mano, tiene sangre. Afuera bailan cumbia.

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